El fracaso de estos procesos se concentra, sobre todo, en los 13 años.
«Los primeros problemas llegaron cuando nació mi hijo biológico. En ese momento, Roberto tenía 5 años. Celos horribles, rechazo total al colegio, pasividad absoluta, desinterés por el aprendizaje y violencia con otros niños e incluso nosotros. Expulsado de tres colegios, castigos y veranos en internados hasta que, el día que cumplió 16 años, decidió que no volvería a clase nunca más. Y se quedó en casa rabioso, con odio en la mirada y el insulto en la boca. Lo habíamos sacado de su país (…) Después de cuatro años sin querer hacer nada, y cuando él ya había cumplido los 20 y sus niveles de rabia nos habían desestabilizado a todos, tomamos la decisión de acompañarlo de vuelta a Guatemala. Decidió quedarse ahí, y no tengo palabras para expresar mi dolor en ese momento». Es la dramática historia de una madre adoptante recogida en el libro «La adopción en la adolescencia y la juventud» (sello Mensajero), coordinado por el doctor en Psicología y profesor de la Universidad de Deusto Félix Loizaga.
Casos de fracasos como este existen, y las investigaciones señalan que se concentran en el entorno de los 13 años, pero la realidad es que son pocos: según los últimos datos de 2016 (a 31 diciembre de 2017) solo hubo 17 rupturas de adopción, frente a un total de 588 adopciones realizadas. Pese a todo, muchos son los que se preguntan qué ocurre con esos niños.
Tras un proceso de adopción fallido, tanto si son nacionales o internacionales, son declarados de nuevo en situación de desamparo. Y en el caso concreto de las adopciones en el extranjero, tal y como explica Antonio Ferrandis, jefe de área de adopciones de la Dirección General de la Familia y el Menor de la Comunidad de Madrid, «“no hay devolución a su lugar de origen”. La adopción es plena, irrevocable, y convierte a los niños en ciudadanos españoles e hijos de sus adoptantes para siempre. Por este motivo, si la adopción llega a fracasar y se interrumpe la convivencia, los niños serán protegidos por el sistema de modo similar a los hijos que son retirados de sus padres biológicos…, pero como tal, no hay regreso al origen».
De todas formas, a la hora de realizar estadísticas, advierte Jesús Palacios, catedrático del Área de Psicología de la Universidad de Sevilla, el número de adoptados que vuelven al sistema de protección es un indicador «limitado». «¿Qué ocurre con todos aquellos que no viven con sus padres adoptivos, porque les han enviado a un internado? ¿O que pasan la mayor parte del tiempo viviendo con sus abuelos? ¿O que siguen conviviendo con la familia adoptante pero con una situación invivible? Son menores que viven bajo el mismo techo pero que habitan en espacios emocionales diferentes. Son, de hecho, adopciones que tienen muy serias dificultades, que pueden acabar en separación o grave conflicto y que no están reflejados en ningún estudio o censo».
En cualquier caso, Palacios quiere recalcar que «lo habitual es que esto no ocurra». «Normalmente, cuando una adopción fracasa, no es nunca por un factor determinado, sino típicamente por la confabulación de tres factores juntos: problemas en el niño (como, por ejemplo, una historia previa terrible), en la familia (adultos más centrados en sus propios asuntos, más frágiles…), y una mala intervención en las actuaciones profesionales (que hagan una valoración incorrecta, por ejemplo)».
Así, pese a que la mayor parte de los adoptados y de las familias adoptivas suelen resolver con éxito las dificultades que se les plantean, no cabe duda de que la adopción es un proceso complejo, que no está exento de dificultades. Atendiendo a esto, los expertos se preguntan si es posible predecir el riesgo o el fracaso de la adopción, con alguna fiabilidad, de manera previa a la adopción. Según concluye Ana Berástegui, profesora e investigadora del Instituto de Familia de la Universidad de Comillas, «la evaluación y el pronóstico de riesgo de cada adopción está obstaculizada por muchas cuestiones, pero entre ellas destacan el daño o la fuerza del trauma vivido por el niño, la mayor edad del menor en el momento de la adopción, los problemas de conducta, especialmente los del tipo externalizante, y los problemas en el área de vinculación».
Del estudio de todos ellos parece ser que la historia previa del menor es el factor más complejo: «Existe cierto acuerdo en cuanto a que la adversidad de la etapa previa vivida por el pequeño, y el mayor número de cambios en su historia de cuidados son factores que aumentan el riesgo de ruptura», reconoce Berástegui. En cualquier caso, concluye esta experta, «ninguno de ellos debe hacer descartar para ningún niño la adopción como alternativa». Porque, tal y como corrobora Félix Loizaga, «un porcentaje superior al 90% de las personas adoptadas se prevé que puedan llevar a cabo un proceso de mayoría de edad y emancipación natural sin grandes complicaciones. Es muy importante destacar esto porque la adopción debe seguir siendo vista como una gran medida de protección positiva, compleja y necesaria, que contribuye a reparar muchas de las heridas de las personas adoptadas».
Marzo 3 de 2018. ABC